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domingo, 4 de marzo de 2007

Paganismo Tradicional

Por Goði Varðúlf

¿Que significa exactamente una espiritualidad tradicionalista?

En el movimiento pagano contemporáneo hoy en día existen muchas y diversas formas de concebir la espiritualidad. El movimiento New-Age ha azotado no únicamente las luces del lejano oriente como el Budismo, sino las propias y nativas Europeas.
Hoy en día las personas confunden una tradición dinámica con una tradición desgastada y confundida a causa de las mezclas, no es un problema de una religión concreta, si no a mi forma de parecer, es un problema de cuestionamiento y comprensión individual.
Algunas personas, no únicamente dentro del Heathenry, si no dentro de otros movimientos paganos más o menos ortodoxos se sienten disgustados con otros movimientos porque les achacan confundir las creencias paganas induciendo una mezcla sin sentido de tradiciones y creencias, a veces incluso contradictorias. También existe la crítica hacia personas que comercializan con movimientos paganos para su propio lucro personal (algo que, debo aclarar, yo también critico mucho). El Tradicionalismo, tal y como lo observamos los Tradicionalistas independientemente de la senda que podamos abordar en nuestra intimidad, es en esencia la recuperación de las realidades espirituales y folclóricas de los Dioses de nuestra nación influenciada principalmente por los nativos Europeos y los posteriores Indoeuropeos que supusieron en la mayor parte del territorio Europeo una convergencia cultural que sin duda afectó a las cuestiones religiosas.

Los Celtas y los Germanos, suponen culturas hoy en día muy admiradas dentro del paganismo contemporáneo. Estas culturas supusieron dos naciones tribales diferenciadas la mayoría de las veces por efectos lingüísticos y/o folclóricos muy concretos y no necesariamente por un origen étnico distinto. Encontraremos siempre paralelismos muy interesantes entre ambas culturas y teniéndo en cuenta la historia y los estudios que se ciernen sobre ella, observaremos que ambas culturas son el producto de una convergencia principalmente compuesta de los elementos nativos y posteriores Indoeuropeos. En los Germanos, observaremos a la familia mitológica Vanir como Dioses de índole agrícola y chamanística, mayoritariamente pacíficos e incluso tal vez con cierta orientación matrifocal. Así mismo, observamos a los posteriores Aesir, Dioses de la realeza, de la magia y de la autoridad con connotaciones extremadamente belicosas que acaban por producir una crisis militar con los que posteriormente serán sus propios aliados: Los Vanir.
Tras la guerra y sellándolo con un intercambio de rehenes (y por ende la consiguiente interrelación mágico-cultural que supone entre y para ambas partes) acaban por hermanarse e inmediatamente después incluso aliarse. Odín aprende de Freyja, Freyja aprende de Odín; todos los Ases aprenden de los Vanes y estos ensanchan su sabiduría gracias a sus vecinos: Se establece un solo panteón.

En los Celtas observamos distintas guerras, Lugh era nieto de un Fomorie con el que debe incluso de luchar, la interrelación nativo-aria se ve reflejada en cada capítulo de los inicios de un fantástico “génesis pagano”.

Esto supone, para muchos de nosotros, la principal fuente de sustentación cultural y espiritual y de ahí partimos (Druidas, Brujos/as y Ásatrúars) para alimentar nuestra alma y despejar nuestra mente.

En mi opinión (que es muy humilde) detectamos un extraño interés por lo exótico y miramos a tierras lejanas cuando tenemos, sobre el suelo que pisamos, una increíble herencia de nuestros ancestros directos. Aquellos que dieron luz a la cultura que posteriormente iría evolucionando (o deteriorando, dependiendo como se mire) hasta llegar a las edades de nuestros abuelos y las cruentas guerras mundiales así como en nuestro caso la civil, para posteriormente dar a luz a nuestros padres y su indudable obra por levantar a la sociedad en la que vivimos, para posteriormente nacer nosotros.

Algunos somos gente joven y nos falta mucho por experimentar. Muchos estamos estudiando, otros ya trabajamos, algunos ya somos padres (o vamos a serlo) y ¿qué nos ha hecho mirar atrás, no únicamente a nuestro suelo, sino al subsuelo de este y posteriormente a su inmediato subterráneo?

Es en el suelo donde están enterrados nuestros padres, y más abajo nuestros abuelos y siguiendo escarbando nos encontramos en una época remota ¿qué nos hace buscar tan abajo, tan atrás?
Es obvio que la necesidad, tenemos demasiados problemas con los estudios, con nuestras parejas y demás familia, nuestro trabajo, salud y demás. No tenemos tiempo para perderlo, tomar una tarea tan ardua de búsqueda incansable debe nacer de una necesidad. Trabajamos porque necesitamos desarrollar nuestras aptitudes y porque el resultado de ese trabajo nos sustenta, cuidamos la salud porque es el único camino de continuar sobreviviendo (intención de todo ser humano, por muy romanticones que se pongan los neo-berserkers pan germánicos) , estamos con nuestra familia porque es al fin y al cabo una base principal de nuestra existencia y estudiamos para desarrollarnos y poder encaminarnos en un futuro bastante inconcluso y delirante ¿por qué buscar esas “otras cosas”?

Desde los tiempos más remotos la situación de las familias ha sido de unidad y colaboración, e incluso de un toque místico de ancestralidad. Las familias trabajan para la familia, honraban junto a otras familias a los Dioses de su nación y en su intimidad veneraban a las matriarcas oscuras que tras el velo de la vida velaban por la continuidad de sus allegados en “el otro lado” tal vez hasta con la intención de retornar, en un cuerpo nuevo, en el seno de su propia estirpe.
Ante la mirada atenta de los Dioses de la tribu o nación (dependiendo el caso y la época) las familias danzaban ante el fuego nocturno de una hoguera aclamando a los poderes que revivían una y otra vez el latir del corazón de su propia tierra, simbolizando muchas veces el eterno arder del Astro Rey que iluminaban las cabezas de los vivos cuando estos se disponían a trabajar en su jornada matutina.

Para algunos era el Sol un varón como para los Celtas y para otros como los Germanos y los Vascones era una Reina, igualmente para todos iluminaba igual y todas las tierras de Europa se beneficiaban casi del mismo modo de sus aportaciones a nuestro planeta.

Las creencias antiguas tomaron rasgos diferente dependiendo la latitud, las realidades ecológicas permitieron un desarrollo individual de los mismos misterios cuya madre común era la propia entraña de la naturaleza presente en cada uno de los rincones del mundo.

Tierra, cielo, familia (vivos y muertos), dioses...

Todo estaba tan íntimamente ligado que era imposible concebir un mundo en el que no cupiese dicha comunión... hasta que se concibió.

De tierras lejanas llegó un extraño dios que comenzó a resoplar en las orejas de los reyes y las reinas de nuestro antiguo continente. Era un hombre al que la política de los Romanos (que azotó también a nuestros antepasados) acabó por asesinarlo en una cruz. Era normal para muchos, en aquellos tiempos había muchos hijos de padres muertos por la mano del Imperio y muchos padres de hijos asesinados por la mano de un legionario. No obstante este tal Jesús parecía distinto, este había muerto “por nosotros” y había legado una serie de palabras que recogidas habían comenzado a constituirse en un organismo que más tarde sería la más letal de las armas que azotaría el mundo. Los templos fueron derruidos, los poblados exterminados, los reyes obligaban a sus súbditos a doblar las rodillas ante ese desconocido Jesús que resucitó a Lázaro y a él mismo, tres días después de su ejecución ¿quién era ese Lázaro? Nadie le conocía personalmente, pero habíamos de creer todos en él si no queríamos sufrir la ira de nuestros reyes y seguramente entonces Jesús no vendría a resucitarnos.

Nos enseñaron un cielo y un infierno, muy alegórico eso si. Se apagaron muchas hogueras y las pocas que se encendían eran por el día perseguidas por los ministros del Dios invasor. No había convergencia como hacía muchos siglos, cuando vinieron de Oriente aquellos que ahora conocemos como Indoeuropeos, esto era cambiar o morir. Unos murieron, otros cambiaron y otros fingieron cambiar.

Nuestras hermanas, madres, hijas, esposas... la vieja que curaba al resto del poblado susurrando arcanas canciones a las hierbas que después aplicaba, la comadrona que vio nacer a tantos antepasados nuestros... todas ellas fueron relegadas y a veces incluso perseguidas, esclavas de un dios y de un rey, y sin darnos cuenta, esclavas de todos nosotros.

Las antiguas canciones se dejaron de escuchar, las antiguas danzas extáticas se dejaron de bailar, los viejos festivales o fueron olvidados o robados, los que antes eran “buenos” o “malos” amigos de la humanidad comenzaron a vivir únicamente en la leyenda y los Antiguos Dioses comenzaron a caer en un lento pero persistente letargo. Europa ya no humeaba hogueras santas, ahora humeaba hogueras asesinas que se llevaban la vida de los que aún podían ser fieles a las viejas costumbres, o bien a personas sospechosas y probablemente más católicas que el propio Papa.
En el Norte Thor no recordaba a sus hijos e hijas cuando acudía a fertilizar la tierra con el golpe de su martillo, Holda no era escuchada en el trance de mujeres mayores tejiendo en sus casas a la luz de una hoguera, la caza salvaje ahora era paradójicamente cazada y el Cornudo Satanizado en una mitología que a todos les era extraña.

Tras todo este tiempo de oscuridad, aquellos que han creído a los Dioses muertos se han equivocado. Los Dioses seguían viviendo dentro de la propia memoria genética de todos nosotros que supone el susurro de nuestros antepasados desvelándonos arcanos misterios. Además de todo esto, nuestra tierra que desde pequeños pisábamos y donde jugábamos con nuestros hermanos y/o amigos de la infancia la descubrimos como sagrada y vamos, poco a poco, despertando de un largo letargo.

Sentimos la necesidad, como la sentimos en el pasado, de volver a permitir que tierra, cielo, familia y dioses vuelvan a suponer en definitiva la existencia como reflejo de su interrelación armónica e inarmónica de creación y destrucción, así como de vida y de muerte.
Poco a poco Thor vuelve a reconocer a sus hijos, esperándole ansioso en las frías mañanas del invierno escandinavo, el Gran Ciervo vuelve a ser reverenciado como lo fue antaño y el caldero de la bruja vuelve a hervir como lo hizo en el pasado.

Hemos retornado la vista nuevamente a los antiguos valores y por consiguiente hemos vuelto también la mirada a los viejos Dioses de nuestro continente.
Creo que esa es precisamente la esencia que ha construido, o mejor dicho, ha comenzado a construir el denominado “paganismo tradicional”, es decir, aquella creencia que está sujetada a una tradición milenaria.

Aquella creencia que como en antaño los Dioses se complacen, o al menos reconocen. La misma que nos permite cabalgar entre los mundos despejando el camino en el que ha crecido tanta maleza durante todos estos siglos. Los Dioses de nuestra tierra viven porque viva sigue nuestra tierra y en cuya cultura escuchamos los ecos lejanos que una vez fueron gritos inteligentes.
Volvemos a danzar, volvemos a cantar, volvemos a prender las altas hogueras en lo profundo del bosque, dejando ofrendas substanciosas a aquellos que se las merecen. Viajamos al otro mundo al ritmo de la música de un tambor y nos encontramos con los espíritus de la naturaleza, con nuestros propios antepasados y escuchamos los consejos de los más Sabios Dioses.

A veces les encontramos, otras veces no, pues como la misma naturaleza en su plenitud ellos no son Dioses al servicio del hombre, si no que son ancestrales en si mismos y pueden bien poner difícil el camino, lo que por otro lado nos enseña un sinfín de lecciones en el “vaivén” que solemos producir a la hora de sortear dichas dificultades. Acabamos, con el tiempo, dándonos cuenta que no solo nos han respondido a la pregunta inicial, si no que nos han respondido a muchas preguntas que aún nuestro conocimiento no había sido capaz de percatarse a formularlas.
Poco a poco el corazón de la naturaleza, lo más pagano de ella, vuelve a tomar contacto con nosotros, cuando nosotros aprendemos las formas antepasadas de dirigirnos a ella y ella hace como siempre hizo y como siempre hará y nos revela:

“Que existimos porque existieron y existirán porque existimos”

Y nos revela muchas cosas más...Y es ahí donde nos encontramos con que esta búsqueda es más bien una necesidad.